HEPATITIS C, UN VIRUS SILENCIOSO EN EL QUE EL DIAGNÓSTICO ES VITAL - LABORATORIO LORGEN GRANADA

HEPATITIS C, UN VIRUS SILENCIOSO EN EL QUE EL DIAGNÓSTICO ES VITAL

Al contrario que con la hepatitis A y la B, no existe una vacuna eficaz contra la hepatitis C. Por suerte, sí que hay fármacos bastante efectivos, aunque para poder usarlos es necesario un diagnóstico previo. Pero, por desgracia, muchos casos no llegan a diagnosticarse. De hecho, según la Asociación Catalana de Pacientes con Hepatitis, aproximadamente el 20% de personas con esta enfermedad están sin diagnosticar.

Esto es un problema, tanto para ellos como para las personas a las que podrían contagiar. Por eso, es importante que haya campañas de concienciación para que los pacientes con riesgo de contraer hepatitis C se hagan las pruebas cuando sea necesario.

Cabe decir que, al contrario que la hepatitis B, no es un virus de transmisión sexual. El contagio se da normalmente por contacto con la sangre de personas enfermas, por lo que tendría que darse el improbable caso de que las personas que mantienen la relación tengan heridas abiertas. Es más común que se contagie entre drogodependientes, cuando comparten jeringas, o, por ejemplo, por hacerse un tatuaje en un lugar con escasas medidas de desinfección. En el pasado también era bastante frecuente en personas que debían someterse habitualmente a transfusiones, aunque por suerte hoy en día se revisa la sangre para evitar este tipo de inconvenientes. Por lo tanto, son más bien las personas con algunos de los hábitos mencionados anteriormente las que más regularmente deben hacerse las pruebas. Así, se puede llegar a un diagnóstico lo antes posible. Pero antes de llegar a ese punto, empecemos por el principio.

¿Cuáles son los síntomas de la hepatitis C?

HEPATITIS C, UN VIRUS SILENCIOSO EN EL QUE EL DIAGNÓSTICO ES VITAL

La infección por el virus de la hepatitis C puede ser silenciosa durante mucho tiempo, incluso años, hasta que el hígado ya está tan dañado como para que se experimenten síntomas. Entre ellos se encuentran la fatiga, la falta de apetito, la coloración oscura de la orina o la propensión al desarrollo de hematomas y hemorragias. Además, los pacientes pierden peso y su piel y sus ojos se vuelven de un tono amarillento, mientras que los vasos sanguíneos toman la forma de arañas.

Lógicamente, al percibir esos síntomas es importante buscar ayuda médica cuanto antes. Pero, igualmente, las personas de riesgo deberían realizarse pruebas regularmente, ya que a día de hoy los tratamientos antivirales son muy eficaces contra el causante de la hepatitis C. Si no ha llegado a dañar mucho el hígado, se puede acabar con él.

¿Y qué pruebas son esas?

Las pruebas de daño hepático pueden dar una pista sobre una posible infección por hepatitis C. No obstante, también puede haber daño por otros motivos. Lo ideal es certificar que el virus está en el organismo y esto se puede hacer de varias formas, aunque las más comunes son dos que ya conocemos muy bien por la pandemia de COVID-19.

Por un lado, se puede realizar una serología, en la que se miden los niveles de anticuerpos contra este virus. Si el resultado es positivo, significará que el organismo del paciente ha generado una respuesta defensiva frente a la hepatitis C y que, por lo tanto, hay una infección. Podría ser que la infección ya haya pasado. No obstante, dado que este virus no suele remitir por sí solo, la presencia de anticuerpos generalmente indicaría una infección.

Por otro lado, se puede realizar una PCR. Esta lo que busca es el material genético del virus, por lo que analiza su presencia, no las consecuencias de la lucha del organismo contra él. Por lo tanto, la infección se puede detectar de una forma mucho más temprana.

Usando el símil bélico que tan a menudo se utiliza para hablar del sistema inmunitario, cuando el virus ataca al organismo empieza a reproducirse rápidamente. Cada vez hay más partículas virales o, dicho de otro modo, más soldados del ejército enemigo. Para cuando nuestro propio ejército llega hasta allí, ya se habrán generado muchísimos soldados.

Si nosotros realizamos la prueba al inicio del ataque, puede que nuestras defensas, representadas por los anticuerpos, no hayan llegado aún. Por lo tanto, la serología podría dar un falso negativo. Pero posiblemente el ejército viral ya sí tenga suficientes soldados como para que se pueda detectar su material genético a través de la PCR.

¿Por qué no hay una vacuna contra la hepatitis C?

HEPATITIS C, UN VIRUS SILENCIOSO EN EL QUE EL DIAGNÓSTICO ES VITAL

Nos ahorraríamos todos estos problemas si existiese una vacuna contra la hepatitis C. Al fin y al cabo, para la hepatitis A y la hepatitis B sí que existe. Pero hay una gran diferencia. Y es que el virus de la hepatitis C tiene una gran capacidad para mutar. Es decir, a medida que se reproduce y saca copias de sí mismo, es habitual que cometa fallos.  Esos fallos lo convierten en un virus distinto, de modo que hay muchísimas variantes.

Y esas variantes son tan distintas que haría falta una vacuna para cada una de ellas. Esto es algo que hemos visto con el caso de la COVID-19, porque es una enfermedad cuya evolución hemos seguido de cerca. Nos hemos dado cuenta del gran problema que supone que los virus muten. Pero lo cierto es que eso es lo normal. Lo raro sería que no lo hicieran y, de hecho, el de la COVID-19 no es precisamente de lo que más mutan. Afortunadamente.

Ahora bien, volviendo a la hepatitis C, de momento no se ha conseguido hacer una vacuna universal ni ha sido eficaz diseñar una para una sola variante. A día de hoy hay algunos estudios en marcha, pero se necesita más investigación.

Además, la forma en que reaccionan al virus y a la vacuna algunos animales de laboratorio es muy diferente a cómo lo harían los humanos. Ese también es un hándicap a la hora de obtenerla. Sí que se podría tener una idea mucho más aproximada de su efecto en humanos si se probara en chimpancés. Sin embargo, las pruebas con estos primates están muy limitadas por motivos éticos.

Será necesario seguir probando por otras vías y, sobre todo, continuar con la concienciación y el diagnóstico temprano de esta enfermedad. Según la Organización Mundial de la Salud, cada año se producen 1,5 millones de nuevas infecciones y, actualmente, hay unas 58 millones de infecciones crónicas activas en todo el mundo. Además, solo en 2019 murieron unas 290.000 personas por causas relacionadas con la hepatitis C, generalmente por cirrosis o cáncer de hígado. Sobran los motivos para prestar atención a su diagnóstico.

 

Autor: Azucena Martín Sevilla, Licenciada en Biotecnología